El otro día tuve un sueño. En un principio, recién levantada, no lo recordaba, pero, con el paso de la mañana, pequeños retales de aquella ensoñación se fueron uniendo. No sé si me explico... Lo mejor es que os lo cuente.
Todo comenzó en un alfar, donde un alfarero moldeaba con sus grandes manos la arcilla. En aquel pequeño cobertizo, la estructura de madera de la cubierta anunciaba con caerse, más de una alfarda a punto de pudrirse por las inclemencias del tiempo. En un rincón, guardaba el artesano todas su creaciones (alfardones, botijos, platos, ....), las cuales estaban cuidadosamente alfabetizadas: de la a-z. De repente, el alfarero levantó la vista y señaló un conjunto de botijos sin alfabetizar. Así, mientras él se comía un alfajor, yo comencé a alfabetear todo lo alfetizable. Al principio con letras griegas, de alfa a omeya, después con un orden alfanumérico. Pero los botijos crecían, ¡parecía que fuesen a acabarse! Salí corriendo, sin que el alfarero me viese, a un campo lleno de alfalfa, por donde discurría una alfaguara y alfaneques volanban en círculo.
En aquel especio inalfadelimitable, un conejillo blanco correalfabeaba con prisa, sacaba un reloj alfachapado en oro y señalfaba la hora. Un caballo alfafetero, alfalfeaba en la llanura. La persisfalfa de la alfafamemoria. Alfalfino Dalí pintalfaba un lienzalfafabo y yo fui a preguntale la hora. Entonces, me dijo: buenaalfafavenida al mundalfa de la alfalfa.