"Hay una característica "crueldad" que muestran algunos estados de cosas: cuanta más voluntad ponemos en atraparlos, más se nos escapan. Son como espantizadas criaturas del bosque, que se alejan de ti apenas advierten que tratas de acercarte, y sólo se aproximan en el mejor de los casos, cuando estás dormido y has cejado en todo intento de establecer contacto con ellas. Se trata de objetivo que alcanzamos mejor cuando hemos desistido de lograrlos, o incluso sólo los alcanzamos si hemos efectuado tal desistimiento. Elster ha llamado "subproductos" a los estados de cosas que se comportan de eta forma desquiciadamente elusiva. Que el término "subproducto" no le lleve a engaño, por favor. Es una palabra que proviene del vocabulario de la medicina, y más concretamente de la ciencia farmacéutica; y de ahí pasó al léxico de la economía, en el que un subproducto es un artículo que se obtiene mediante un proceso de producción diseñado para la fabricación de otro bien. Por ejemplo, el serrín es un producto colateral y en calidad de subproducto, se consigue también serrín. En economía, el serrín aparece sin coste y vale mucho menos que la madera. Pero, en la vida de las personas, es el "serrín" lo que más importa; son los subproductos lo que más cuenta. ELster lo explica así:
Se dice a veces que todas las cosas buenas de la vida son gratis: una afirmación más general podría ser que todas las cosas buenas de la vida son esencialmente subproductos... Más en concreto, los subproductos están ligados a lo que acude a nosotros en virtud de lo que somos, como cosa distinta a lo que podemos lograr por esfuerzo o afán.
Imaginemos a alguine que está preocupado por el envaramiento de su conducta y se ha propuesto ser más espontáneo o natural. Pretender ser expontáneo es otro ejemplo de subproducto: si nos ponemos a ello de manera racional y deliberada, no estaremos haciendo otra cosa que vigilarnos y supervisar nuestro comportamiento, y esa vigilancia y supervisión impedirán que la anhelada espontaneidad aflore.
Se observa con los subproductos un curioso fenómeno de interferencia: el acto mismo de intentar algo interfiere con el logro de lo intentado. Empezamos a estar más cerca de la espontaneidad cuando, tras los reiterados fracasos de conseguirla racionalmente, hayamos dejado de hacernos presión para apoderarnos de ella.
LOS LIBROS DE AUTOAYUDA NO AYUDAN
Un problema general de los llamados "libros de autoayuda" es que normalmente te ofrecen recetas para conseguir estados de cosas (la felicidad, el aumento de autoestima, la espontaneidad, caer simpático o enamorar a alguien del sexo opuesto, olvidarse de un trance amargo en nuestras vidas, etc.) que es erróneo plantearse como metas alcanzables mediante procedimientos racionales. Tomemos el caso de la felicidad. Es absurdo, grandilocuente y curiosamente vacío intentar de manera premeditada y consciente ser feliz; así, a las bravas, en abstracto, de buenas mañana. Por lo general, lo que se quiere son cosas más concretas que la felicidad: se quiere acabar una novela o un cuadro, se quiere ser reelegido para un puesto político, se quiere alcanzar el premio Nobel de Medicina, etc.; y es mientras se está en ello, o inmediatamente después, cuando la felicidad sobreviene, nos visita en silencio sin haberla convocado de manera expresa.
Qué mejor momento que este para recordar las clarividentes palabras del filósofo y economista inglés del siglo XIX John Stuar Mill:
Desde luego no dudaba en la convicción de que la felicidad es la prueba de todas las reglas de conducta y el fin que se persigue en la vida. Pero ahora pensaba que este fin solo puede lograrse no haciendo de él la meta directa. Sólo son felices (se me ocurría) los que tienen la mente fijada en algún otro objeto que no sea su propia felicidad: la felicidad de otros, la mejora de la Humanidad o, incluso, algún arte o proyecto que no se persiga como un medio, sino como una meta en sí misma ideal. Así, apuntando hacia otra cosa, encuentran incidentalmente la felicidad [...] Preguntaos si sois felices, y cesaréis de serlo. La única opción es considerar, no la felicidad, sino algún otro fin externo a ella, como propósito de nuestra vida. Dejad que vuestras reflexiones, vuestro escrutinio y vuestra introspección se agoten en eso. Y si tenéis la fortuna de veros rodeados de otras circunstancias favorables, inhalaréis felicidad con el mismo aire que respiréis, sin deteneos a pensar en ella, sin dejar que ocupe vuestra imaginación, y sin ahuyentarla con interrogaciones fatales. "
Extraído de: Lo que sócrates diría a Woody Alen, de José Antonio Rivera.