lunes, 15 de noviembre de 2010

Sorrow




Julio de 1880
[...] De modo que no debes pensar que abjuro de esto o aquello; soy fiel dentro de mi infidelidad y, aunque cambiando, sigo siendo el mismo. Lo único que me atormenta es esto: ¿para qué podría servir? ¿En qué podría a llegar a ser útil de algún modo? ¿Cómo lograría saber más y profundizar en tal o cual tema? Esto es lo que me atormenta de continuo, y luego me siento prisionero de las dificultades, excluido de participar en determinadas labores y que tales o cuales cosas necesarias están fuera de mi alcance. A causa de ello vivo melancólico, noto vacíos allí donde podría haber amistades y elevados y serios afectos, y siento que el desaliento corroe la energía moral misma. La fatalidad parece oponer una barrera a los instintos afectuosos, me invade una oleada de repugnancia, y termino por decirme: ¿hasta cuándo, Dios mío?


Pero, ¿qué quieres? Lo que ocurre en nuestro interior es igual a lo que sucede fuera. Alguien tiene en el alma una gran hoguera, pero nadie se acerca nunca a calentarse, y los transeúntes no perciben más que un hilo de humo en lo alto de la chimenea, y continúan su camino. ¿Qué hacer, pues? ¿Mantener dentro esa hoguera, tener uno el pan y la sal, esperar pacientemente (y con cuánta impaciencia sin embargo), esperar la hora, repito, en que alguien vendrá a sentarse junto al fuego, qué sé yo, a quedarse allí? El que crea en Dios, que espere la hora, que llegará tarde o temprano.

PD. sólo puedo decir una cosa: alfalfa

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